"Que poca cosa es la realidad, mejor seguir mejor soñar, que lo que vale no es el día, pero el sol está y no es de papel, es de verdad..."

2 de octubre de 2008

El visitante


Todavía me acuerdo de aquel día de invierno, cuando él golpeó la puerta. Le ofrecí pasar cuando dijo quien era; supuse que su visita era importante. A pesar de que ya ni lo recordaba, mi abuela me había contando muchas historias sobre él, y en sus relatos lo imaginé tal como lo ví.

Me dijo que estaba de paso en la ciudad y que no podía dejar de visitarnos. Pensaba quedarse solo una semana, y no tuve otra opción que ofrecerle albergue en casa. En ese momento no tuve en cuenta lo que mi hermana opinaría; me costó bastante convencerla, pero una vez que Juan se instaló, tuvo que aceptarlo.

No imaginamos que se quedaría tanto tiempo. Supongo que ninguno de los 3 se dió cuenta el transcurso de los días, porque disfrutamos cada instante de nuestra compañía.

A pesar de no conocerlo, las historias de la abuela y su cariño para con nosotras, nos hizo quererlo enseguida. La soledad que había en la casa, de pronto había desaparecido por el afecto de este abuelo postizo.

Él también nos habló de la abuela. Se notaba que la amaba demasiado y que había venido a buscarla. En su ausencia encontró a dos jóvenes necesitadas del afecto y la protección de alguien como él, y se sintió a gusto.

El día de la despedida fue muy triste. Tanto nosotras como Juan, no queríamos dejarnos. Prometimos visitarlo, aunque él sabía que nuestra vida era muy distinta a la del campo, y sería muy complicado abandonar nuestras responsabilidades.

Ayer me enteré que falleció. Viajé con mi marido al funeral, y me dieron la noticia de que nos había dejado la estancia a nosotras. El testamento decía que por ser su única familia y en memoria de la abuela, debíamos hacernos cargo de su herencia.

Hoy, revisando algunas pertenencias, encontré una carta. Fue así como confirmé mi sospecha. Ese intruso que años atrás golpeó mi puerta, resultó ser mi abuelo.
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